jueves, julio 10, 2014

Anhedonia mundialista



(periodista del diario Perfil,también es el autor del mejor blog antiK, una especie de contracara del Lucas Carrasco del 2009 pero más serio: Relatos del Presente )


El fútbol es algo que escapa a nuestro control, a nuestro manejo. Más allá de un partido arreglado, un árbitro comprado, no podemos decidir a dónde van a patear, no podemos avisarle a un jugador que lo están por guadañar de atrás, ni siquiera podemos soplar una pelota para que no entre o entre. No es muy distinto a otro deporte, pero para los que nos apasiona el balompié, no es poca cosa.

Puedo entender a los que no les interesa el fútbol. De hecho, tengo algunos -y muy buenos- amigos a los que lo que pasa adentro de una cancha, les importa menos que la Liga Regional de Pato. No los atrapó, no le encontraron el sentido a envejecer en cada partido, se gane o se pierda. Y ganaron salud. Mucha.

Uno ya se acostumbró a tolerar a los directores técnicos de living, a los que creen que Maradona es un fracasado y, a la vez, que Messi no hace lo que hizo el Diego. También aprendí a sobrellevar a los que odian a un jugador sólo porque jugó en el equipo enemigo, aunque haya sido en las inferiores. Del mismo modo, convivo alegremente con los que son tajantes en sus juicios deportivos y afirman que Colombia es una mentira, que lo de Costa Rica fue sólo suerte y que Argentina no le ganó a nadie. Son parte del folklore y se aprende a tolerarlo. En mi caso porque integro otra subespecie futbolera: el cabulero que puede pasar 120 minutos más penales con las piernas cruzadas en la misma posición y temblando de frío porque se olvidó de prender la calefacción antes de que arranque el partido.

Sin embargo, hay una clase de sujetos que me cuesta comprender, y eso que hice mérito para hacerlo: el que quiere que la Selección Nacional de Fútbol pierda de la peor manera en un Mundial.

No se permiten ser felices con algo que escapa a su control ni medio segundo, ni medio minuto. Para ellos, celebrar un triunfo “es hacer más fuerte al kirchnerismo”, como si ganar el Mundial conllevara una mágica reforma constitucional y todos los argentinos se hicieran automáticamente kirchneristas. Al igual que para los militantes monotributistas, para ellos Romero no atajó dos penales: los atajó Cristina.

Para promover el contagio de su infelicidad, apelan a los más ridículos e improbables pronósticos. “Ojalá que nos volvamos en primera ronda, así se acaba el kirchnerismo” es una frase que ya está demodé, pero que se escuchó hasta el hartazgo en la segunda quincena de junio. Incluso llegué a leer que si Argentina gana la copa, instantáneamente destituirían a Campagnoli y a Lijo, además de consagrar a Boudou como emperador de la galaxia y darnos hemorroides a todos los que vivimos al sur de Bolivia y Paraguay, entre Chile, Uruguay y Brasil.

Lógicamente no tan ilógico, entran en el mismo juego que dicen despreciar cada vez que putean el exitismo de 678, el se juega como se vive, y la apropiación del sentimiento hacia y por el fútbol como un símbolo de felicidad kirchnerista. Le dan el mismo status: ojalá que perdamos así te metés el exitismo en el culo. El oficialismo los puso en ese lugar de antipatria y compraron. Ahora juegan con las reglas del kirchnerismo y parece que les gusta que el otro merezca ser destruído humillantemente.

Si tan sólo no jodieran, bueno, vaya y pase. Pero como el contagio de la amargura no prende demasiado, y nadie quiere entrar a un velorio porque sí, ellos llevan la anhedonia al hogar de cualquiera. Basta que levantes la mano para mostrar un mínimo de sentimiento de alegría para que te caigan a recordarte que el país es una mierda.

A veces no entiendo cómo hicieron para debutar sexualmente. Incluso me pregunto si cuando tienen la posibilidad de ponerla, repelen a la eventual pareja copulativa bajo el argumento “no puedo darme el lujo de sentir placer sabiendo que Campagnoli puede ser destituido”.

Seguro que incluso se reprimieron las lágrimas cuando el pibe dio los primeros pasos, porque no había nada para festejar dado que la Patria también camina, pero hacia el abismo. O quizás faltaron a los 15 de la nena porque le recordaba que todavía había kirchnerismo hasta ese año.
Incluso tengo serios motivos para sospechar que a los hijos les bloquearon los canales infantiles y los hacen merendar viendo las noticias.

Estás festejando y te avisan que Sabella es kirchnerista, como si me importara la afiliación política de un tipo que no puede decidir absolutamente nada a favor o en contra mío al no tener ni voz ni voto en una cámara legislativa. Prefiero toda la vida a los triperos putando a Sabella por pincharrata que escuchar una sola vez más que es kirchnerista.

A los que creen que el kirchnerismo se va a la casa por perder un mundial o que sigue hasta el año 2167, les hago un breve racconto:

En 2010 nos volvimos en cuartos, al igual que en 2006. Fútbol para todos ya existía y el lema era “se juega como se vive”. El kichnerismo sobrevivió. En 2002 Duhalde no se fue porque nos volvimos en primera ronda. En 1998 nos lo dio vuelta Holanda en cuartos, para variar, y no creo que haya sido el factor determinante para que el 51% votara por la Alianza. En 1994 Argentina se fue deshonrada, humillada y con su mayor ídolo de la historia absolutamente desnudo y bajado del Olimpo a la mundanidad, pero eso no influyó para que Menem fuera reelecto. En 1990 perdimos con Alemania en la final y el menemismo recién nacía. En 1986 salimos campeones, pero el radicalismo perdió las legislativas, la gobernación bonaerense, la posibilidad de conservar el poder por un segundo período y el control de todo el país.

Si había alguien en 1982 que tenía todo el derecho del mundo para mandar a la puta que lo parió al Mundial de fútbol, esos eran los soldados, oficiales y suboficiales de las Fuerzas Armadas que estaban en Malvinas. Sin embargo, se desesperaban por recibir noticias de lo que pasaba en España. En 1978, a los únicos que les dolió que Argentina saliera campeón fue a los holandeses. Hasta los tipos que estuvieron en la Esma reconocen que se emocionaban y se pasaban la info de boca en boca. Suponer que los militares conservaron el poder gracias a ganar el Mundial es ser lo suficiéntemente idiota como para olvidarse de que llegaron a la Rosada a fuerza de tanquetas y fusiles.

Desde la final de 1930 hasta el Mundial de Alemania Occidental en 1974, Argentina no embocó una, pero eso tampoco influyó en la política, a no ser que creamos que las jodas de devorarnos un presidente cada dos o tres años tenía que ver con un evento deportivo que ocurría cada cuatro y en los que, a veces, ni participábamos.

Nadie se acuerda quién gobernaba Francia en 1998, pero todos sabemos que fueron los campeones aquel año. Lo mismo pasa afuera: nadie recuerda quién estaba en el Poder en Argentina en 1978 o 1986. Porque al igual que en las estadísticas, sólo cuenta quién ganó dentro de la cancha y nadie piensa en el que salió segundo. Y en un Mundial, los políticos son menos que segundos: son los alcanzapelotas que se sacan la foto con la estrella y que nadie reconocerá en 10 o 20 años. Pero al campeón lo recordarán todos.

Les propondría dar vuelta la taba y reformular: La vida es demasido chota como para darnos el lujo de no ser felices al menos un cachito, una tarde. Si hay algo de lo que el kirchnerismo ha dado sobradas muestras, es de su poder de daño. Si Campagnoli será o no destutuído no lo deciden los pibes que están en Belo Horizonte. Si las negociaciones en Nueva York salen bien, o mal, tampoco se definirá en base a nuestra felicidad o a la caras de culos que pongamos porque sí, porque no podemos ser felices.

Lo que sí podemos decidir es permitirnos celebrar algo que es nuestro aunque no hayamos hecho nada. Tranquilamente podemos darnos el gusto de ser felices un ratito, de tomarnos un recreo de esta clase eterna de logaritmos a la que llamamos “vivir en Argentina”.

El lunes 14 de julio  hablamos. Tal vez.


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