viernes, junio 27, 2014

Sobre lo fiestero que era Sarmiento

ANARCO-MENEMOIDE
Soliloquio & sexo




"Sin amor, sin querer, sin poder tenerlo, apenas movido por un débil interés carnal, ésa y la otra y todas eran lo mismo. Buscaba sólo en el favor de las mujeres, una tregua, siquiera fuese pasajera, al negro cortejo de sus ideas, al tormento de su obsesión moral".
Eugenio Cambaceres, Sin rumbo


1.

Nuestros grandes liberales del siglo XIX -Sarmiento, Mansilla, Cambaceres- fueron libertinos exentos de culpa y cargo. El XX nos trajo otras singularidades como el falso Vizconde de Lascano Tegui y Barón Biza. También dandis crueles y amadores de mujeres con cierta obsesión insana. Tradición opacada, pienso, a partir de los años treinta. Ese noble linaje literario se volvió ascético por culpa del borgismo: sólo recuperado por grandes plebeyos, cual Osvaldo Lamborghini -peronista-, aunque también susceptibles de ser leídos así por su anti-populismo literario más que explícito. Nada más marginal, solitario, insular e irreductible que el liberalismo hoy en la Argentina. Sea dicho: los liberales citados fueron eximios petimetres, rebeldes, cascarrabias, temperamentales, sensuales, liberados del nauseabundo nacionalismo católico que luego contaminó todo con su clericalismo rancio y contradictorio. Esa soledad no es nueva: es la de Sarmiento. Pocos más argentinos. Los años noventa, ridiculizados, pensados de modo vulgar y brutal, encarnados por Menem: peronista riojano quiroguista a quien le debo un ensayo. Fui feliz en ellos, era un joven que vestía poleras negras azabache y fumaba habanos caros por ser baratos en dólares. Éramos anarco-menemoides con plena inconsciencia: la forma posible del anarco-individualismo acá. En cenáculos de nobles amigos, a quienes hace años no veo, debo gran parte de mi formación cultural por su generosidad. Los noventas no fueron para mí esa pantomima de apatía: había pasión y fuego. Exploración en medio de ese infierno de una subjetividad innovadora y estimulante. Nada de tonterías supinas, no. Otra cosa. En mi cuarto de hotel hay solo pornografía y política. No pensar en la temperancia del presente. Quizá mi deriva hoy sea mayor. Tengo un tiempo de reflexión limitado, luego de sucesiones de carne. Siempre hay y habrá carne en el Río de la Plata. Sobra. Siempre habrá agujeros, aceite, leche, lubricantes. Pareciera que lo establecido reniega de pensar estas cuestiones: un anarco-liberal las piensa porque nada tiene que perder. Tiene una certeza: jamás tendrá poder. Por ende, no me interesa pensar hacia atrás, ese axioma tan reduccionista como pelotudo. A veces la soledad suele ser una gigantesca oportunidad para librarnos de lo pasado, así sea reciente y emputecido.

2.

Es a mí pesar: escribo de modo impúdico y con beligerancia pornográfica. Por ende, se pueden ir a la puta que los parió. La severidad se conquista y se gana, como toda figura romboide en el ápice de la pija en punta lista para entrar en la concha húmeda. "Yo, que era loco, homosexual, marxista, drogadicto y alcohólico" -dice O. Lamborghini-, escribo sobre pornografía y política. Eso me sale con cierta cosa arrebatada que de tan rioplatense me da miedo. Hubiese querido ser neoyorkino y libertarian. No pude, no quise, no me salió. Es irremediable: soy porteño, vivo en un hotel del bajo y espero que vengan por mí. Soy un anarco-menemoide. Lo importante pasa por los cuerpos: allí vienen, ellas. Mis bellezas nocturnas, protectoras frente a la fealdad rigurosa de la corporación estatal. Sabrán disculpar: debo coger. Hieren mi soliloquio, resuena cierta ira: sin dolor no hay belleza plausible ni fiable. La comodidad sólo produce estéticas tan miserables como las existencias que se recargan entre sí. Fútiles, van. Acá, rodeado de putas –salteñas, guaraníes, pampeanas, caribeñas, brasileñas, dominicanas, del NOA, travestis. Rey de la noche. Príncipe de la oscuridad. Los alambiques llegan. Ah, sí: "su whisky, señor". Había pedido con estricta precisión: dos medidas dobles -con dos cubos- de Famous Grouse. Un hilo de humo a lo lejos. Un puro: Avo Uvezian, cigarro de República Dominicana, suave, adquirido en la calle My pooh. La gente que usa corbatas es más respetable, también los de camiseta. ¡Pobres almas sin nada que cantar a excepción que sus nubes de pedos sordos! ¿Cuál es la intriga que se responde así misma de forma subrepticia con su lengua seca? ¿Alcohólica? Músculos y tetas. Un prepucio y un clítoris. Un pezón y una raya de culo finísima. Una fellatio y cunnilingus. Un beso negrísimo de tanta búsqueda non sancta. ¿Todo ello ocurría en mi mente febril mientras esperaba que los cobardes vengan por mí? Ellos, puras mentiras editables. Mi plan era claro: mientras aguardaba el combate final iba a dedicarme a la orgía. Primero, coger; luego, combatir. Primereaba la fiesta, seguía la política.

3.

Un amanecer ebrio es una experiencia numinosa: como un místico avant la lettre. Radiante lo pude hacer desde mi cuarto lumpen de la calle San Martín. A pocos pasos de las Galerías Pacífico circulé cual ratón en busca de su gato. Lo invariable iba hacia el sector improcedente. ¿Será que la derecha tiene esa facilidad para desarrollar más anticuerpos que la izquierda que niega la individualidad en pos de la corporación? Era hora: llegaron dos chicas más. Ya eran cinco o seis. No lo sé. ¡Sombra terrible del groncho, voy a esperarte con garras finas y falo erecto! ¿Por qué escribís así? Porqué no puedo hacerlo de otro modo, pelotudo. Quisiera escribir cual zombi acomodaticio pero no me sale. Salí o te verdugueo. Todos saben que el estertor tiene cierto color ambarino -como la veta del sorete. Acá, donde estoy, en el bajo porteño, todo se revuelve entre colores magníficos, de noche, cual cantos de sátiros con sus pijas paradas a punto de acabar. Mientras saxos de free jazz saltan por entre las conchas del territorio, del Río de la Plata, del barro, del limo y laputaqueteparió. Sé que estoy rodeado. Todo esto no será sino una larga diatriba sin detenerse hacia (la) nada. Porqué lo sé: estoy derrotado. Supe ser un gran pornógrafo, fino y sutil, a la vez que bestial y escatológico. En el fondo, estoy acá, sólo, con un cigarro humeante, una medida doble de whisky Old Parr, escuchando música vieja -un electro jazz lounge de fines de los noventa -, dos putas de fondo, el zaguán del hotel del bajo. A lo lejos se ve. Vienen por mí. Sólo me quedan horas. Muy pocas. No pasarán. Es altamente probable que todo termine en sangre. Mi traje está impecable. Mi chaleco huele bien. No tengo nombre. ¿Cuándo todo pase y sólo queden los rastros de mi figura seré recordado como un núbil pornógrafo que celebró el cuerpo femenino como nadie lo hizo antes en el Plata? ¡Qué triste será esa imagen barroca de un cuerpo doloroso de tanta belleza atravesado por la lacerante gronchada de los que vienen por mí! Ah, no será fácil. Mi andar es algo cansado pero firme y hercúleo - ¿o cerúleo?-: mis municiones son escasas. Yo siempre fui valiente y procaz. Las tetas semblanteaban de golpe -eran lambeteadas. Los pezones parados parecían havanettes. Todo se dio de modo inesperado. No podría decir que tomé notas. El culo se abrió como una orquídea: tal vez el sablazo no haya sido tan procedente. Pero gozó como pocas. Imposible no estancarse en el vientre de una rubia de ascendencia germana o quizá nórdica -de Misiones. Uno de los pezones tenía la redondez lunar de una almendra. Todo se cerró (como el culo) sin poder esperar nada más. De noche. Calor. El aire enviciado me daba en la nuca y no pretendía destacarme por mi habilidad para quitármelo. Camiseta blanca, reloj caro. Me veía como un libertino insólito, como dije, un anarco-menemoide consciente de su labilidad para poder enfrentar esos que venían por mí de un modo subrepticio. Facundo patético, sus ínfulas no podrán con mi valentía old fashioned. Amé a mujeres aristócratas, californianas, hippies y prostitutas. No sé qué significa la pasividad ni la tibieza: mi corazón late de modo muscular. Y los espero. Que vengan. No pasarán. Cual Nietzsche pacté una fórmula que sólo Edipo redimido por su madre pudo ver.

Palermo viejo, junio 2014.


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