Mirar para cuidar

Un buen programa de gobierno, no se ejecutó. La participación popular en la distribución social del ingreso es estratégica, es la única manera de que los trabajadores puedan defenderse de la agresión, sistemática, otrora con dictaduras devaluacionistas, hoy con la complacencia de la oligarquía política, del capital. La agresión sistemática de los dueños de las cosas.
La separación conceptual entre la nueva oligarquía política, que a través de 100 familias envician constantemente los procedimientos democráticos para que se elija sin elegir y quede vedado el acceso de los más débiles al gobierno; y oligarquía económica, caracterizada como rentística (inmobiliaria, sojera, comunicacional, petrolera, contratista, bancaria, pero siempre financiera) es nomás a los fines didácticos. En la realidad efectiva las cosas tienen zonas grises. La oligarquía política aspira a convertirse en oligarquía económica, por la creencia de que vivirán y heredarán el gobierno. Al que consideran una extensión de sus bienes familiares. Así se entiende, por ejemplo, la estatización de Aerolíneas Argentinas mucho antes que los trenes: la oligarquía política usa aviones, jamás se subió a un tren.
Las contradicciones del procedimiento institucional potencian, en ciertas ocasiones, la actitud defensiva del campo popular: la estatización de los trenes, por ejemplo, es consecuencia de que el pueblo vota.
Acentuar esas contradicciones es el camino, digamos, progresivo.
La alcahuetería conservadora del club de fans de cualquier familia gobernante, es una boludez, que contribuye a oxidar estos mecanismos defensivos. No hay que darles bola.
La sala de reuniones de la oligarquía política con la económica es la comunicación, regida por dos grandes monopolios: el gigantesco, Telefónica, responde a España y en términos locales a las familias gobernantes; el productor de contenidos, y un tanto menor, Clarín, se asoció al gobierno que combatió tras vencerlo. Esta restauración conservadora, aunque queden esquirlas del ordenador del campo político (Clarín vs Gobierno; 2008-2011) ligadas a las acusaciones de corrupción, puede ser festejada, como es tradición en la oligarquía, a través de una nueva agresión a los trabajadores.
Las señales son inequívocas: alta inflación popular (los alimentos aumentan más que los celulares de última generación) subsidios a los ricos, devaluación diaria, mercado bancario paralelo, subsidios a las divisas, fragmentación sindical instigada desde el gobierno, militarización, perdones fiscales a los ricos, la mitad de los trabajadores en negro, una alta desocupación (aún medida con los amables y pocos serios criterios del INDEC). Y el aumento de la regresividad impositiva.
Ni Clarín, obviamente menos el bloguero K Juan Telefónica, están interesados en la inflación por sus causas, aunque festejen sus efectos. Mucho menos interesados en los efectos perniciosos de su agresividad, están las 100 familias de la oligarquía económica.
Si se suman las 100 familias de la oligarquía política más las 100 familias de la oligarquía económica, da 150 familias. Contra 40 millones de argentinos.
Y van ganando.
Pero tienen miedo.
Por eso apelan a los milicos