lunes, julio 01, 2013

Un barrilete colgado de la luna




Nunca más. La última vez que me morí me salieron unos granos espantosos. Me miraba al espejo con asco. Quiero decir, con más asco que de costumbre. Cuando tengo cara de superprecio. Oh, sí, oh. Me encanta mi cara de superprecio. Un arpegio de sonrisas al contado, de responsabilidad limitada, claro. A la mañana, por ejemplo, cuando me levanto. De una mala noche. Mi cara de superprecio! Un día tocaron el timbre. Era la presidenta del consorcio preguntándome si el espejo de mi baño estaba bien. Le mentí. Últimamente no tengo tantas malas noches dentro de un mismo día. Me aburro. Así que calculo que por eso decidí volver a morirme. Después me salieron esos granos amarrillos, como choclos, con pus y mucosidades extrañas que parecían babosas derretidas en sal, pero no, eran pus y moco y cosas negras que alguna vez fueron carne joven y cómo cogía cuando era joven. Y sin ser lindo. Siendo lindo, cualquiera. Sin ser lindo y sin ser mujer, ojo. Para que de pronto, los gusanos en la cara por haberme excedido en la muerte. No me muero más. Prefiero la muerte definitiva antes que ese acné volcánico. Mientras me crecían las orejas y se me hinchaban los ojos. Estuve con una máscara de una cosa como engrudo, pero verde, probablemente aloe con propóleo, me la puse 2 minutos y se me fue todo, un éxito total, señora. No sé, en realidad, si era aloe o propóleo, yo no podría distinguir uno de otro, la verdad. Pero tenía una novia que sabía de todas esas cosas. Fue mi primer novia con ollas essen. Pero eran distintas. Como sin usar. Demasiado limpias. Demasiadas faltas de rasguños y quemaduras. No sé. No me gustaba eso. Me causaba una sensación extraña. Me iba al balcón. Miraba, tan alto que era, la ausencia de pájaros. El egoísmo irrelevante de las torres. La falta de vecinos, de estrellas, de aire puro. El río, cerquita. Sin que nadie le de bola. Como a mí. Yo tenía una bufanda puesta al amparo. Un diente postizo de una pelea que nunca quise dar. Unas zapatillas nuevas. El anillo de comunión. La facilidad de la escritura. La obsesión por lo verdadero. Las ganas de cogerme hasta las estatuas quietas, plenas de asexualidad en los museos. Ladrillos, chapa y acero para las batallas teóricas de los que creen en las Grandes Cosas, las Grandes Certezas, las Grandes Batallas, que naturalmente, ganan. Aunque hayan ocurrido, si es que esas batallas realmente ocurrieron, hace mil años, y no hayan movido su sofisticado culo del tapizado bibliotecario en el centro cultural de su propia importancia. De los que viven así. Bajo ese cuidado maternal de la fe. Con su alma estricta de guanaco.  Paseando la soltería por las redes sociales. Jugando, en cualquier madrugada donde la luna no importa (la luna nunca importa) a que sos la parafilia de la patria liberada, con un bozal erótico, el consolador impositivo y el látigo escolar, toda trolita en 140 caracteres para volver a abrir las piernas mientras el marido bombea pensando en el descenso de Independiente y vos mirás, por la ventana, por el tapial, por la terraza, un paraguayo jetón que acarrea ladrillos y lo imaginás cabalgando tus caderas abandonadas, pegándole, cariñosas y humillantes cachetadas a los cinturones de grasa que te circulan como un salvavidas de vidas mejores. Toda trolita del engaño. Toda menudita, tejiendo escarpines. Escribiendo sonetos. Maquillando las niñas. Esperando la novela. Si tus únicos infortunios de la virtud  en los últimos años fue una fiesta de casamiento. A la que llegaste tarde. Y se te corrió el maquillaje. Oh, ja.
La gente se pone particularmente imbécil durante las fiestas de casamiento.
Los yanquis, reyes de lo pavote, se casan al costado de una piscina. Y las rubias gritan uhhhhhh y los gordos, incapaces de evadir impuestos pero duchos en cortar cabezas de pendejos musulmanes, los gordos se ponen la corbata de vincha como si eso fuera la alegría. La cultura yanqui es la caricatura de una cultura. Y es alegre. Los pueblos alegres vencen: conquistan, invaden, masacran. Los pueblos tristes se liberan. la tristeza es la condición de posibilidad de la esperanza.
Defender la tristeza.

Defender la tristeza como una trinchera 
defenderla del escándalo y la rutina 
de la miseria y los miserables 
de las ausencias transitorias 
y las definitivas 

defender la tristeza como un principio 
defenderla del pasmo y las pesadillas 
de los neutrales y de los neutrones 
de las dulces infamias 
y los graves diagnósticos 

defender la tristeza como una bandera 
defenderla del rayo y la melancolía 
de los ingenuos y de los canallas 
de la retórica y los paros cardiacos 
de las endemias y las academias 

defender la tristeza como un destino 
defenderla del fuego y de los bomberos 
de los suicidas y los homicidas 
de las vacaciones y del agobio 
de la obligación de estar alegres 

defender la tristeza como una certeza 
defenderla del óxido y la roña 
de la famosa pátina del tiempo 
del relente y del oportunismo 
de los proxenetas de la risa 

defender la tristeza como un derecho 
defenderla de dios y del invierno 
de las mayúsculas y de la muerte 
de los apellidos y las lástimas 
del azar 
y también de la tristeza.

Boludeando, ja, total, mi blog es un libro serio, instagram una agencia de modelos, corel 9 un programa de cumbia, facebook una vida social, twitter un currículum más grande que lo que tengas que decir, total. Qué boludez que dije. Esa vez, me acuerdo, me senté sin cruzar las piernas, en el balcón largo, cómodo, de maderas y cosas todas cosas bien, menos las plantas, menos la vida, la única vida, y en ese balcón, donde no prendí un cigarrillo ni me masajeé las sienes ni me torturé por que soy muy duro custionando a la gente, cuando no me arrepentí de los amigos que perdí, en el exacto instante donde estaba a punto de ser feliz, me calle´, para siempre. Morí. Morí esa noche de balcón y plantas secas. Y fue una muerte sin dolor ni rencor. Una muerte más bien pasajera.
Al rato, aburrido de estar muerto sin que nadie se de cuenta, me levanté, barrí un poco, pasé el estropajo por la mancha de sangre en la alfombra, pasé el estropajo por mi culpa también y me puse a hacer una tarta de berenjenas.
Con el delantal de cocina. Sin ensuciar de más. Comportándome. Me quedé callado, haciéndome un favor a mí mismo. Repasé algunas lecciones: no debo creer en la literatura por que me hace desconfiar de todo lo otro. No debo beber de más, debo frenarme antes de ser sincero. ¿Cuál es la copa de la sinceridad? ¿La cuarta, la quinta, el beso a una novia con labios de vino, la sonoridad de ese te quiero, los ojos brillantes, eso también cuenta, eso también, doctor, me prohíbe?
No debo girar cuando todo marcha derecho a ninguna parte.
No debo ser, me dicen, autodestrucivo. Debo ser como los que me dicen que soy autodestructivo. Y si no quiero ser ocmo ellos me van a decir que soy egocéntrico, como si existiera posibilidad de no serlo, de no ser lo único que importa en principio, la vida, este cuerpo, las bolas lamidas por una chica que se peleó con la otra cuando le mandó un lenguetazo, presuntamente equivocado, a la boca abierta de ella, como si el amor no fuera la imposibilidad de tener extensiones, ¿se puede vivir sin ego, sin centrarse en el mundo, sin ser el centro del mundo, se puede vivir de otra manera sin adaptarse a esa vida de mocasín olvidado que tienen los empleados de la última sucursal de novedades en el mercado del vivir. Por favor.
A veces me da tristeza el balcón. Ese balcón, ahora lejano, donde no volveré, pero un día, ahí mismo,  me morí. Lo sepa ella, el portero, el consorcio, la policía, la inmobiliaria, los agrimensores ideológicos que preguntan de qué lado estás, lo sepan o no lo sepan yo ahí me morí un rato. Ese balcón no podrá olvidarse de mí. Se morirán en sus sillones estúpidos otros, que además, bueno, no, nada, ¿porqué duele tanto imaginarse a una ex novia cogiendo maravillosamente con otro? Esa carie, ese hueco en la muela que solamente duele cuando uno lo evoca. La puta madre. Se morirán otros ahí, ojalá que sea pronto. Mentira. Quiero que tenga la felicidad que merece. Una chica astuta: no logré arruinarle la vida.
Mientras los trenes chocaban, los tíos regaban las plantas y una imparable bomba destructora crecía, disimulada, dentro nuestro, yo preferí morirme que entregar, manso y boludo, el amor al cheque en blanco del olvido.
Debo consumir más verduras.
Debo comprarme un auto.
Debo buscarme un trabajo decente.
Debo plata al banco. Y a todos mis amigos. Debo. Siempre debo.
Dejar de mirarle el culo a las pendejas del CBC en el subte. Despertarme más temprano. Arreglar la persiana, dejar de fumar, ir más a los cumpleaños, son cosas importantes. No puedo pasar el día encerrado escribiendo. Cosas que no cobro, ni quiero que se editen, ni quiero que se guarden, fumando, tomando mate y whiski, acostándome con todas las putas del planeta, leyendo un libro de poemas mientras me chupan la pija, tengo que comprarle una cortina al baño, saber de una vez por todas qué es Agapornis, reconciliarme con la vecina que un día llamó a la policía porque me vio en actitud rara, sentado en el cordón de la vereda, vieja hija de puta, tengo que cagar a trompadas a un par de giles, tengo que disimular algunos delitos que aún cometo y tengo que terminar este post con un buen cierre, algo que enamore y enloquezca, que las chicas me tiren los corpiños entre los anónimos de los comentarios que me insultan, un final filoso, sutil, polémico, capaz de sacar la humedad de las paredes en la casa de mi vieja. Capaz de resucitarle las plantas en el balcón. Capaz de hacer feliz a los que duermen en la calle. Y enloquecer a los policías. Y a los guardianes vocacionales. Y a los sargentos morales. Y a los tenientes sanitarios. Y a los jueces de la verguenza ajena. Y a los mariscales del marketing. Y a los tramposos que trampean a los débiles. Y a los ladrones que roban al que no tiene. Y a los que se besan felices con sus novias en una plaza enrejada. Aunque a esos los perdonamos. No saben lo que hacen,
Uno se enamora también de las calles que rodean la casa de quien te enamoraste. Y cuando te separás, evitás, como un boludo, esas calles. Voy a comprarme en breve un helicóptero. Y poner banderines de dolor en el mapamundi. Que es mi barrio y las ciudades, dos, tres acaso, pocas ciudades para tantos desarraigos.
Mi papá no supo enseñarme a que el barrillete no se me derrumbe, fracasado, en la tierra; yo quería que quede flotando en el cielo, arriba del monte, con el papel de diario y las coletas de crepé, inapresable en las llanuras, entre las nubes y nubarrones arriba del ladrido impotente de los cimarrones, entre los soles, con sonrisas dobles que dibujaba al lado de la familia rota en el jardín de infantes.
Basta. Quédense con el vuelto. No me rompan más las pelotas, desamores, no me rodeen, no me asalten en la oscuro, no me patoteen con la culpa. Ya los conozco. Los indiferencio con una calidad que el joven audaz   que alguna vez fui, envidiaría.
9:45, tengo que ir hasta el banco. Y a las diez menos diez sale mi vecina del culo intergaláctico rumbo al gimnasio. Lo lleva, a su culo, con un estilo tan salvaje que estoy a punto de ir a plantear al consorcio que se dejen de joder y engorden a esa piba, que le parta el corazón algún hijo de puta como yo para que sonría con menos ilusiones, la mina es un mundial de fútbol, un monumento a la paja. Claro que no puedo ir a la reunión de consorcio por que no soy propietario. Ahí está saliendo. Esperen.
Sí, es como yo digo: esa mina trabaja para el soterramiento de los cables. Camina partiendo la vereda. Los albañiles se quedan sin piropos. En mi humilde, je, opinión, hay un límite para la belleza. Así como mucha libertad es libertinaje los puntos eróticos de esta señorita son un bellezaje. No, queda fea esa palabra: bellezaje. Tiene un libertinaje de tetas que los concejales deberían regular. La refacción y puesta en obra de ese pezón. Y del otro.
Si la señorita me pide una estrella azul y que llene el espacio con su luz, digamos, una escenografía de gobernador presentando nuevos patrulleros (¿porqué tienen que tener las sirenas prendidas en esos actos donde la imbecilidad es protagonista?) yo me afano la vía láctea y se la doy agradecido. Y cuando todos los habitantes de todos los planetas se empiecen a quejar por que ya no hay más universo, y me quieran cagar a trompadas y me busquen en lanchas, motos, naves espaciales y patinetas de delivery, yo voy a estar colgado de la luna con un vino tibio y la señorita que conquisté al módico precio del universo.
No, en la luna, no. De toda la galaxia, la luna debe ser el telo más aburrido. Voy a estar con la señorita de mirada láser, voy a estar arriba del barrilete que nunca pude remontar.
El barrilete de cañas que siempre se me caía.
El barrilete fracasado que me enseñó a ser inapresable. A huir. A irme lejos. A ninguna parte. Contra donde vayan o vengan las olas. Por puro instinto de supervivencia. Por tímido. Por las dudas. Y los miserables.
Por todas las cosas que nunca me animé a decirte.
Ya sos lejana. Ahora estoy regalándole el arco iris a la vecina. Ofreciéndole de sonajero las estrellas. Inventando que hay un tren de leche en la vía láctea. Programando el nuevo repertorio de respuestas sobre dónde estuve anoche.
Mi vecina no es tan linda. Pero es linda la manera en que la escribo. Modestia aparte. Aparte de sí. Las calzas de mi vecina acaban de doblar la esquina y perderse en un gimnasio.
Cuando bese su sonrisa de océano, le voy a contar que el último barrilete que remonté aún sigue bailando en el aire.

14 comentarios:

  1. Era esto lo tuyo, bobis. La política ya te abandonó, como la ex del balcón portuario.

    ResponderBorrar
  2. q bien q escribis q hdep.
    un duda lucas, el final lo tribuneaste adrede un poco no? es espectacular loco.

    ResponderBorrar
  3. Yo creía q me pasaba solo ami, eso de enamorarme de esas calles, lugares, quizás por eso me cuesta volver a mi pueblo.

    ResponderBorrar
  4. Brindemos con activa su regreso, entonces

    ResponderBorrar
  5. "Sí, es como yo digo: esa mina trabaja para el soterramiento de los cables. Camina partiendo la vereda. Los albañiles se quedan sin piropos. En mi humilde, je, opinión, hay un límite para la belleza. Así como mucha libertad es libertinaje los puntos eróticos de esta señorita son un bellezaje. No, queda fea esa palabra: bellezaje. Tiene un libertinaje de tetas que los concejales deberían regular. La refacción y puesta en obra de ese pezón. Y del otro."
    ¡Excelente loco!

    ResponderBorrar
  6. Sos un excelente escritor.

    Pero le seguís pegando a la fe.

    La fe no es algo cómodo, como vos crees, la fe es difícil, tenes que pelear todos los días para no perderla.

    La fe no es brillante; es opaca, como enseño San Pablo.

    A Bukowski lo largue hace muchos años ya, hoy leo a San Agustin; Bukowski es acné y cerveza Schneider...pega mal y peor resaka.

    Hoy comulgo de rodillas y me banco a todos los boludos que para contentar al mundo, que hace diez minutos, les destrozo el corazón, se las agarran, de puros resentido nomas, con Cristo y su Santa Iglesia.

    Resentidos, como yo, pero que ofrecí mi herida al Cielo, no al dinero.

    Siempre mencionas a tu abuela...siento que ella reza por vos, y que intercede ante el Buen Dios para que no supures tanto agrediendo a los demás, sino supures para adentro y le obsequies en Santo Holocausto tus mierdas y miserias al Señor, como buen cristiano que en el fondo de tu alma sos.

    Dios y su Madre te guarden Lucas.


    ResponderBorrar
  7. Y ademas, analissa es tan linda..

    ResponderBorrar
  8. Si Bukowski fuera argentino y peronista

    ResponderBorrar
  9. Yo en realidad donde debería estar es jugando al truco con Traveler. Verdad que no lo conocés. No conocés nada de todo eso. ¿Para qué hablar?

    ResponderBorrar
  10. Una buena excusa para la desmesura en el ego te la puede dar Jodorowsky, creo que en Antología Pánica. Y dejen tranquilo a Traveler que está de resaca por los festejos del aniversario.

    ResponderBorrar
  11. el corazón del piberío, ese que te disputás con los dueños de los contratos, no creo que lo pierdas.
    Si en el fondo somos más como vos que como ellos.
    Gracias por escribir.

    ResponderBorrar
  12. me encantó
    como me encantan esas cosas
    que escribís vos

    ResponderBorrar