miércoles, marzo 28, 2012

Tu mala reputación



A veces pienso que si tuviera esa cierta elegancia que tienen algunas personas, viviría de otro modo. Es cuestión de fijarse. Por la calle, al caminar, no, es difícil por la calle, hay mucho ruido y velocidad y eso, hay momentos, lugares, en realidad, creo, también, que son momentos de uno, del que observa, a veces, tenés como más sensibilidad para mirar, para entender, para captar, como una buena, como una gran fotografía, captar ese momento, porque es un momento, suena cliché decir instante, pero es apenas, eso, un instante. Un gesto que denota toda la elegancia del mundo. Una manera de apagar el cigarrillo. De mirar la ventana. De tocar el hombro de un amigo. De darle un beso a la novia. Incluso una manera placentera de no hacer nada. Hay quienes destilan elegancia. No la derrochan. La elegancia es una medida justa, armónica, precisa, no tiene nada que ver con el peinado, la educación, la ropa, hacer juego entre esto y lo otro: esas son tonterías, la elegancia es la manera, sensual, de mostrarse seguro. Y si yo tuviera eso. Lo pienso desde chiquito, en ese ejercicio autodenigratorio de creer que hay saberes sutiles que otros poseen, tonteras de la infancia, de la adolescencia, que uno, también, ingenuo, supone andando el tiempo, se irán, dejando lugar a algo distinto. Y no. Bah, yo, no. Yo sigo sospechando que soy yo.



Y fue un amigo, un tipo ya grande, el primero, me acuerdo además, que me grabó un CD, eran las primeras computadoras con grabadora de CD y me jodía con Antonio Tormo y con Leonardo Favio y yo, qué se yo, era pendejo, no le daba mucha pelota. Cosas de viejo, pensaba. Antonio Tormo lo fui descubriendo después. Pero hay una canción, un clásico, lo cantan muchos -Nacha Guevara, en argentina, Paco Ibáñez, fuera de este país- pero yo no lo conocía y me lo pasó, de Pagliaro, un tal Gian Franco Pagliaro y escuchá "La Mala Reputación", yo vivía en Paraná, tenía una novia, muchos sueños, trabajaba de periodista, escribía cosas de literatura, estaba un poco loco, más que ahora, era un atorrante, yo con el CD grabado -en Paraná no se conseguía- con Grandes Éxitos de un tal -seguramente italiano, razoné- Gian Franco Pagliaro. Yo quedé enloquecido con esa voz, esa ironía, esa cosa a veces, cursi, popular en el sentido, digamos, más barato del término, y a veces la profundidad y otras la rebeldía. Cuando cobré mi sueldo en la radio me fui a comprar los discos que encontrara de Pagliaro, en Buenos Aires, en Parque Centenario, con un amigo que truchaba, casi como nuevos, los discos. Yo no tenía plata, viajaba seguido a Buenos Aires por cosas que tenía, acá, y con este amigo íbamos a un boliche que ya no está, los años en que Palermo Viejo era una pocilga encantadora llena de punk y poetas borrachos y yo adoraba a Pagliaro. Mi amigo se reía. Me cargaba. Siempre esa manía, decía, de encapricharme, de enamorarme de cosas border, como Alberto Cortés, Cacho Castaña, Leo Mattioli, Los Iracundos, Facundo Cabral, ja, José Larralde, qué cosa linda es tener 20 años. Nadie subió, creo, a internet, las Confesiones de un Cantante de Protesta. Sí, pero hace relativamente poco, La Balada del Boludo, con su voz. Si la habré usado, hay otro amigo, la puta madre, la usé para que un amigo no intente suicidarse, uno de esos tarados que no aguantaban, no soportaban, eran demasiado sensibles para un mundo de vivos, ganadores, fríos, calculadores. Y dio vuelta una estrella para abajo. Cuando pierda todas las partidas...



Iba caminando, hará un año, por avenida de Mayo en Buenos Aires, creo que es San Cristóbal ese barrio, venía nervioso, pensando cosas, caminando. Estaba enojado con el rumbo tarado que había tomado mi vida, me habían parado, en la calle, para decirme, amablemente, giladas, y había posado para sacarme una foto. Quiero que se entienda. En esos momentos, y recontra muy de vez en cuando, me paraban en la calle. No es que sea famoso, sino que, bah, a la mierda, qué tantas explicaciones, el asunto es que hago dos cuadras más, cavilando, y uno me para para decirme que esto y lo otro, la concha de la lora, pensaba intentando poner cara de algo (¿qué cara se pone, yo soy un pibe de barrio, pretencioso, agrandado, pero al fin de cuentas un pibe de Paraná, qué cara se pone, qué se dice, cómo se esquiva el propio cuerpo?) y después seguí y la concha de la lora y me paro en un semáforo y venía cruzando Gian franco Pagliaro.
-Pagliaro!



Si me habré reído. Después, cuando seguí caminando, hasta PPT, que queda en Nuñez o Colegiales, no me ubico bien, pero yo puedo caminar mucho y me gusta, me reí todo el camino y nadie me frenó, pero si alguien me frenaba le dispensaba, seguramente, la mayor de las atenciones. Ja.
Pagliaro me miró con cara de hastío, de cansancio. Hacía relativamente poco que yo supe que Pagliaro aún vivía. Y supe cosas de su vida, cosas que mayormente me contó Cherubito. Y fue un momento, un instante, algo suspendido, como un pájaro muerto sobre una rama. Venía cruzando. No puede ser, no puede ser que sea Pagliaro. Ese hombre, que es mi ídolo, que lo hacía perdido, en Italia, en algún lado misterioso del mundo, que lo hacía olvidado, que lo hacía mío, como un secreto, yo tengo acá sus discos, yo los pongo cuando quiero acordarme de algunas cosas. Y Pagliaro, cruzando en cámara lenta, no tenía magia. Ni elegancia. Era bajito, petiso, como yo. Tenía la cara marcada, la barba desprolija, parecía un tipo común. Y lo quise tanto, desde ese momento, que se hizo humano, que se hizo persona, que se hizo, probablemente, un hombre con defectos y virtudes como, al fin de cuentas, soy yo. Y humanizar la música es soñar con que algún día, en otra vida, yo podría ser Gian Franco Pagliaro. Con esta misma falta de elegancia.
En algunas semanas iba a conocerlo como invitado en Café las Palabras. En Crónica, según me avisaron en Twitter, anunciaron que murió. Y se fue a la orilla negra.

3 comentarios:

  1. Yo también tuve mi momento de felicidad junto a Pagliaro, fue como en los ochenta, todavía no me había casado y viajaba a Venado (estudiaba en Buenos Aires) en carácter de hijo-estudiante y amante distanciado. Era esa impronta de romance provinciano, mucho más generoso que el porteño por cierto, lo que hacía unir a Pagliaro con Nicola Dibari en un mismo registro, el del amor, el de Venecia, el de Italia.
    Pero no pasó mucho tiempo para que me enterara que no era italiano lo que me despegó un poco de el. Era inevitable ahora registrarlo junto a los pastores evangélicos que hablan en portuñol aunque sean argentinos. Pero he aquí lo que le quería contar. Por entonces los primeros importados hacían su aparición por el país y además de las Toyotas Hilux los otros caballitos de batalla que venía de Europa eran los Citroeen que derepente se habían borrado del país, creo, al final de la dictadura. Viajábamos con uno de esos chiquitos que venían a reemplazar al 3CV, eran lo más, para los que no llegaban a la coupé Corolla.
    Y así, casi de repente, por esas filas indias que se forman por la ruta 8mas allá de Pilar, como un flash, frente a nosotros aparece la culata de un micro, si un micro entero, que decía: Gian Franco Pagliaro. Allí frente al Citroeen. De inmediato se dio la discusión de que si estaba GFP arriba del micro, si viajaba en auto y los músicos en el Bondi. Había que pasarlo, tarea difícil con un citro.
    Casi llegando a Pergamino, por esos milagro de la ruta, esto sucedió, la cosa no era pasarlo por una cuestión de velocidad, no, no era para mirar por el parabrisas a ver si se lo venía arriba, las mujeres decían que no, nosotros sí. Pasó lo segundo.
    Mire, fue tal el revuelo (provinciano) que se armó dentro del auto que hasta que llegamos a Venado, destino común entre Pagliaro y nosotros, no se tocó otro tema que ese. Por supuesto, las mujeres que venían atrás, entablaron un amor de ventanilla, un poco mas fluido que el del maquinista y la pasajera del cuento de Landricina; lo saludaban y el mecánicamente respondía el saludo, lo que nos dejaba a nosotros en un especie de papel de pelotudo que viró al principio de emocionante hasta el hastío del final. El mismo que me provoca hoy Arjona.
    Esa noche el viaje tuvo su colofón, las chicas fueron al recital, nosotros piquetiamos la salida poniéndonos en pedo tempranito nomás. A partir de entonces esos amores se pudieron contar haciendo una diferencia entre un antes y un después de Pagliaro. El tiempo confirmó que fue él el responsable que desencadenara la debacle total.

    ResponderBorrar
  2. El autor de "La mala reputación" es Georges Brassens (http://www.youtube.com/watch?v=sVy87tdvx8w).

    ResponderBorrar
  3. CHARLY ,DE DÓNDE SACASTE QUE PAGLIARO NO ERA ITALIANO ??'' NACIÓ EN NÁPOLES .LEÉ LA BIOGRAFÍA DE WIKIPEDIA QUE ES FIDEDIGNA .DOY FE ,PORQUE GIAN FRANCO FUE MI HERMANO,MI GRAN HERMANO,MI HERMANO GRANDE. ÉSE QUE NUNCA MÁS SE OLVIDA.PORQUE ,COMO DICE MI MADRE, LLENABA LA CASa NI BIEN ENTRABA,CON SU IMAGEN ,CON SU CARISMA . De todos modos,vale la simpática anécdota .
    SONYA PAGLIARO(soniapagliaro@hotmail.com)

    ResponderBorrar